jueves, 28 de mayo de 2009
jueves, 24 de julio de 2008
ARTE Y LITERATURA VERSOS LIBRES (poesía) Rogelio Fabio Hurtado
A Benigno Dou
Y ya no sueñes renunciar a tu elección:
goza cuanto puedas tu absurda libertad,
cata pronto su néctar porque
una mañana cualquiera vendrán
a cobrártela y es enorme
la deuda consignada a tu nombre.
Sin embargo, no sueñes renunciar,
no has hecho sino ser; ninguna penitencia,
ninguna contrición dará salida para ti,
insensato hombre. Mejor será
que memorices estos versos libres.
Pero argumentarás, aunque el debate
ya no suceda en las mesas del café
mientras no acaben de abatirte la cabeza;
de momento, cuídate de que la fría perspicacia
de tu cautela no te congele el corazón; desde
ahora, pon en duda tu coraje,
adiestra tu júbilo en la penuria.
Ya avanza el desenlace, ¿holocaustoo, aún, la anhelada primaveradonde renacerá tu candor
Tomado de EL POETA ENTRE DOS TIGRES
LA TORRE DE PAPEL
Rogelio Fabio Hurtado
Y ya no sueñes renunciar a tu elección:
goza cuanto puedas tu absurda libertad,
cata pronto su néctar porque
una mañana cualquiera vendrán
a cobrártela y es enorme
la deuda consignada a tu nombre.
Sin embargo, no sueñes renunciar,
no has hecho sino ser; ninguna penitencia,
ninguna contrición dará salida para ti,
insensato hombre. Mejor será
que memorices estos versos libres.
Pero argumentarás, aunque el debate
ya no suceda en las mesas del café
mientras no acaben de abatirte la cabeza;
de momento, cuídate de que la fría perspicacia
de tu cautela no te congele el corazón; desde
ahora, pon en duda tu coraje,
adiestra tu júbilo en la penuria.
Ya avanza el desenlace, ¿holocaustoo, aún, la anhelada primaveradonde renacerá tu candor
Tomado de EL POETA ENTRE DOS TIGRES
LA TORRE DE PAPEL
Rogelio Fabio Hurtado
jueves, 17 de julio de 2008
Empiezan las vacaciones
ARTE Y LITERATURA: Dos dólares cincuenta y cinco centavos Juan González Febles
Una historia cuando nace, es la historia de alguien. A partir de que la historia es contada se convierte en algo compartido que crece. Cada persona cuenta historias, aunque no sean suyas. Cuando lo hacen ponen parte de sí en el empeño. Las enriquecen si no con la imaginación, con la percepción de la historia escuchada. Hacen suyo el relato y lo adornan con su sensibilidad.
Esta historia es de hace años. De la época en que se vivió de ilusiones. Cuando nos creímos lo necesario para vivir felices y con las conciencias tranquilas. Cuando no existía turismo y las barreras eran mínimas. Tanto así que las que se impusieron, preferimos no verlas y preferíamos no hablar de ellas.
En aquellos tiempos, Becky era una jovencita de diecisiete años muy hermosa. Demasiado diría yo. Pero era además, frívola. Lo único que parecía motivarla era vestir a la moda y ser cortejada por alguien tan lindo o más que ella.
Valoraba además, que poseyera o usara sin restricciones un automóvil. No se trataba de un vehículo y ya. Para ella debía ser un Fiat, un Lada o al menos un VW. Los viejos automóviles norteamericanos la dejaban insensible y fría, Podía exigir, era todo lo linda que se podía soñar.
Su madre no fue una mujer hermosa y no tuvo una vida adornada por una buena estrella. Como toda madre, quiso lo mejor para su hija y lo mejor, quien lo duda, era disponer de un título, de un marido influyente, una casa, hijos y viajar. Para los cubanos en general y para los habaneros en particular, viajar es algo muy especial. La Sra. Amelia, trabajaba en una farmacia. Era una profesional especializada en cosas prácticas de la vida como pueden ser las aspirinas, las tisanas y los antibióticos. Una divorciada consagrada a la educación y manutención de su hija. Una mujer sola con muchos miedos, tratando de dar lo mejor a una pobre niña abandonada. Relegada por un padre que se marchó a los Estados Unidos. Amelia era revolucionaria, fidelista y marxista, al uso y gusto de la época.
Nunca respondió las cartas del padre, ni permitió que la niña conociera de su existencia.
A Becky le dediqué mis mejores y más ardientes fantasías juveniles. En el mejor decir del cantante mexicano Armando Manzanero, cerré mis ojos muchas veces para pensar en ella y dejar vagar a mi imaginación.
Ella entraba al lobby del hotel Habana Riviera, cerca de las 8 ó las 8,30PM. Pasaba al Bar Elegante y pedía un refresco de cola. Lo bebía despacio como si se tratara de un ron collins o un martíni. Su paso era tan elástico como si no tocara el piso al caminar. Pero no tenía nada que ver con la vitalidad deportiva. Era todo lo sensual que alguien pudiera imaginar. No usaba sostenes y sus senos se movían al compás de sus nalgas en una armonía perfecta. Podía sentirse la síncopa de sus pasos, su perfume y la melodía de su voz, en una combinación irresistible de reclamo.
Para algunos, se trataba de una mulata bellísima, para otros era trigueña y para todos, divina. En Cuba existe un tipo de belleza suprarracial, sobre la que nadie consigue ponerse de acuerdo. Unos la definen como blanca, otros como mulata, pero definitivamente, la raza de una mujer hermosa es humana y ya.
Nuestro icono, nuestro sex simbol, era ella. No fueron pocas las veces que mi imaginación desbordada por las hormonas a los veinte años, hizo salir a Becky, cubierta de espuma de mi baño. Dispuesta para el amor, presidio mi soledad de adolescente y se adueño de todas mis ensoñaciones.
Todos la amamos, Asdrúbal también. Asdrúbal era un mestizo ñato y corpulento. Era el hombre de la Seguridad del Estado en el hotel. Se ocupaba de esos asuntos misteriosos de la Seguridad y de velar por el orden. Era un buen trabajo. Comía en las cafeterías y los restoranes del hotel. La mayor parte del tiempo bebía ron y si alguien lo señalaba, afirmaba que se trataba de agua gaseada. Nadie lo creía, su aliento se emparentaba mucho con el ron peleón. Pero allí andaba el tipo goloseando a Becky, ni más ni menos, que todos nosotros.
En principio no supimos que pasó. Todo fue sorpresivo y anonadante. Becky estaba presa y no sabíamos por qué. Mas adelante, nos enteramos que Asdrúbal le hizo un registro y le encontró dos dólares y cincuenta y cinco centavos en el bolso. Fue en el momento que poseer dinero estadounidense era un grave delito en Cuba.
Las muchachas del grupo, todas amigas de Becky, fueron a hablar con su madre, ella les contó otra historia. Les dijo que Asdrúbal acosaba a Becky. La vigiló, preparó su entramado y la arrestó, así de sencillo.
Lo que falló en los cálculos de Asdrúbal, fue que Becky era la ninfa dorada de un grupo de adolescentes y jóvenes, ‘iguales’ pero diferentes al resto. Eran los delfines del poder de la revolución. Los ‘niños y niñas de papá’. Papá era en unos casos un ministro y en otros un alto oficial o un funcionario bien ubicado. Eso fue todo para el pobre Asdrúbal. Casi desde ese momento tuvo que enfrentar las provocaciones y el acoso permanente de los amiguitos y amiguitas de Becky.
Dejó de pavonearse por los salones y pasillos del hotel. Pasó a ser una presencia furtiva y escurridiza. Cuando bebía su ron enmascarado en el bar, de repente Pepín, un adolescente que medía poco más de seis pies de estatura y que contaba con más de 180 irresponsables libras de peso y sólo veinte años de existencia física, le exigía a un complaciente barman que fregara bien los vasos. Luego, agregaba alto y claro para que fuera escuchado por todos los presentes: “¡Aquí beben toda clase de ‘singaos’!”. Luego, miraba significativamente al pobre Asdrúbal, que no estaba para tener problemas con el hijo de un comandante histórico de la Sierra Maestra.
Becky de veras que tenía muy buenas amistades y admiradores. Con la excepción de unos pocos, era un grupo de jóvenes con padres muy bien situados en los primeros planos del poder. Todos soñaban con ser los salvadores de Becky o que un Papá muy ocupado, hiciera un aparte en la construcción del socialismo y la salvara.
Desde su arresto, Becky permaneció en el centro de detención del Departamento Técnico de Investigaciones de la policía (DTI). No la pasó del todo mal. Al instructor policial, lo primero que le pasó por la mente fue sobreseer el caso y pasarla a su carpeta de agentes. Pero el perfil psicológico no encajaba con lo que razonablemente se espera de un agente. Sería un fracaso. Decidió darle largas al caso. A fin de cuentas, era un asunto de Seguridad del Estado. Aunque con un poco de suerte, él se quedaría con ella. Sólo era cuestión de tiempo.
Por lo pronto, el primer teniente Álvaro de la Fuente ya tenía reconstruido su caso. Becky recibió como regalo una cotorra. La cotorra le fue obsequiada por el hijo de una figura histórica de la revolución. El egregio padre, estaba a cargo de las cuestiones de fauna y flora. Su niño tomó una cotorra y se la regaló a Becky de quien estaba, o quizás aun está, enamorado. Becky vendió la cotorra a un extranjero. Este era nada más y nada menos que un islamista. Un musulmán con padre millonario que estudiaba en Cuba, mientras vivía como un potentado. El muchachito pagó 100 dólares estadounidenses por una cotorra, que mantenía en jaula suntuosa en su residencia con criados de Miramar. Afortunadamente, Becky sólo contaba con dos dólares cincuenta y cinco centavos al momento en ser arrestada. Menos de cinco dólares.
No sería nada extraordinario exonerarla. Sólo tendría que esperar un poco. Por supuesto, no reflejaría en el sumario la historia del árabe, ni los cien dólares. Tampoco la cotorra. La Joven “de buena y revolucionaria familia, encontró por azar tres dólares estadounidenses, que no devolvió a tiempo”. Eso sería todo.
En Cuba, ser policía es ser como Dios y a todos nos seduce esta posibilidad. Con el mayor respeto y sin ánimo de sugerir algo contra Dios, es necesario dejar claro que no hay nada más parecido a un delincuente que un policía. Esto se cumple religiosamente así, desde el jefe hasta el último y anónimo policía oriental y por supuesto revolucionario. Mientras Asdrúbal era acosado y execrado por una banda de enojados adolescentes, Álvaro pulía su rol de héroe indiscutido ante Becky y ante su familia. No tendría que dar cuentas a abogado o fiscal alguno. Era dueño a discreción de su caso y de las personas involucradas. ¿Se puede pedir más?
Por lo pronto, la invitaba a almorzar y lo hacía de completo e impecable uniforme. Ella vestía como los detenidos, pero aun así, era servida y tratada con todas las deferencias por el personal del comedor.
Creó la dependencia y Becky comenzó a verlo como su Salvador, así con mayúsculas. Cuando llegó el momento de liberarla, primero citó a su madre para una entrevista. Procuró impresionarla favorablemente y lo logró. Le pidió que trajera una muda de ropa para Becky. Hecho esto, la mando de vuelta a su casa y le pidió que esperara…
Más linda que nunca, Becky regresó a casa en la compañía de Álvaro. Él se encargó de explicar al Comité de Defensa que todo fue una penosa confusión. Ella era una jovencita revolucionaria. La visitó una temporada. Estaba “dándole atención”. Al cabo de un tiempo prudencial, un día se casaron.
A la boda asistieron los vecinos y los compañeros del novio. La gente quedó encantada de lo buenos que son los policías y la suerte tan grande que tuvo Becky de casarse con un hombre tan bueno y por supuesto, tan revolucionario.
Lo último que he sabido de ellos es que les va bien. El tiene un negocio de detectives y cosas de esa índole. Pertenece a una asociación de ex militares pro democracia. Viven en Miami, en Dade para más precisión y lograron con mucho sacrificio traer a la madre de Becky. Hoy son padres de dos niños preciosos, el mayor se llama Álvaro como el padre, la hembrita Becky, como su mamá.
Álvaro está a favor del embargo. Repite siempre que él si conoce bien a “esa gente”. También que su fortuna comenzó con un capital de dos dólares, cincuenta y cinco centavos. Se ríe y nunca aclara porque. Nadie le hace preguntas sobre ese tema.
Lawton, 2007-07-2
Esta historia es de hace años. De la época en que se vivió de ilusiones. Cuando nos creímos lo necesario para vivir felices y con las conciencias tranquilas. Cuando no existía turismo y las barreras eran mínimas. Tanto así que las que se impusieron, preferimos no verlas y preferíamos no hablar de ellas.
En aquellos tiempos, Becky era una jovencita de diecisiete años muy hermosa. Demasiado diría yo. Pero era además, frívola. Lo único que parecía motivarla era vestir a la moda y ser cortejada por alguien tan lindo o más que ella.
Valoraba además, que poseyera o usara sin restricciones un automóvil. No se trataba de un vehículo y ya. Para ella debía ser un Fiat, un Lada o al menos un VW. Los viejos automóviles norteamericanos la dejaban insensible y fría, Podía exigir, era todo lo linda que se podía soñar.
Su madre no fue una mujer hermosa y no tuvo una vida adornada por una buena estrella. Como toda madre, quiso lo mejor para su hija y lo mejor, quien lo duda, era disponer de un título, de un marido influyente, una casa, hijos y viajar. Para los cubanos en general y para los habaneros en particular, viajar es algo muy especial. La Sra. Amelia, trabajaba en una farmacia. Era una profesional especializada en cosas prácticas de la vida como pueden ser las aspirinas, las tisanas y los antibióticos. Una divorciada consagrada a la educación y manutención de su hija. Una mujer sola con muchos miedos, tratando de dar lo mejor a una pobre niña abandonada. Relegada por un padre que se marchó a los Estados Unidos. Amelia era revolucionaria, fidelista y marxista, al uso y gusto de la época.
Nunca respondió las cartas del padre, ni permitió que la niña conociera de su existencia.
A Becky le dediqué mis mejores y más ardientes fantasías juveniles. En el mejor decir del cantante mexicano Armando Manzanero, cerré mis ojos muchas veces para pensar en ella y dejar vagar a mi imaginación.
Ella entraba al lobby del hotel Habana Riviera, cerca de las 8 ó las 8,30PM. Pasaba al Bar Elegante y pedía un refresco de cola. Lo bebía despacio como si se tratara de un ron collins o un martíni. Su paso era tan elástico como si no tocara el piso al caminar. Pero no tenía nada que ver con la vitalidad deportiva. Era todo lo sensual que alguien pudiera imaginar. No usaba sostenes y sus senos se movían al compás de sus nalgas en una armonía perfecta. Podía sentirse la síncopa de sus pasos, su perfume y la melodía de su voz, en una combinación irresistible de reclamo.
Para algunos, se trataba de una mulata bellísima, para otros era trigueña y para todos, divina. En Cuba existe un tipo de belleza suprarracial, sobre la que nadie consigue ponerse de acuerdo. Unos la definen como blanca, otros como mulata, pero definitivamente, la raza de una mujer hermosa es humana y ya.
Nuestro icono, nuestro sex simbol, era ella. No fueron pocas las veces que mi imaginación desbordada por las hormonas a los veinte años, hizo salir a Becky, cubierta de espuma de mi baño. Dispuesta para el amor, presidio mi soledad de adolescente y se adueño de todas mis ensoñaciones.
Todos la amamos, Asdrúbal también. Asdrúbal era un mestizo ñato y corpulento. Era el hombre de la Seguridad del Estado en el hotel. Se ocupaba de esos asuntos misteriosos de la Seguridad y de velar por el orden. Era un buen trabajo. Comía en las cafeterías y los restoranes del hotel. La mayor parte del tiempo bebía ron y si alguien lo señalaba, afirmaba que se trataba de agua gaseada. Nadie lo creía, su aliento se emparentaba mucho con el ron peleón. Pero allí andaba el tipo goloseando a Becky, ni más ni menos, que todos nosotros.
En principio no supimos que pasó. Todo fue sorpresivo y anonadante. Becky estaba presa y no sabíamos por qué. Mas adelante, nos enteramos que Asdrúbal le hizo un registro y le encontró dos dólares y cincuenta y cinco centavos en el bolso. Fue en el momento que poseer dinero estadounidense era un grave delito en Cuba.
Las muchachas del grupo, todas amigas de Becky, fueron a hablar con su madre, ella les contó otra historia. Les dijo que Asdrúbal acosaba a Becky. La vigiló, preparó su entramado y la arrestó, así de sencillo.
Lo que falló en los cálculos de Asdrúbal, fue que Becky era la ninfa dorada de un grupo de adolescentes y jóvenes, ‘iguales’ pero diferentes al resto. Eran los delfines del poder de la revolución. Los ‘niños y niñas de papá’. Papá era en unos casos un ministro y en otros un alto oficial o un funcionario bien ubicado. Eso fue todo para el pobre Asdrúbal. Casi desde ese momento tuvo que enfrentar las provocaciones y el acoso permanente de los amiguitos y amiguitas de Becky.
Dejó de pavonearse por los salones y pasillos del hotel. Pasó a ser una presencia furtiva y escurridiza. Cuando bebía su ron enmascarado en el bar, de repente Pepín, un adolescente que medía poco más de seis pies de estatura y que contaba con más de 180 irresponsables libras de peso y sólo veinte años de existencia física, le exigía a un complaciente barman que fregara bien los vasos. Luego, agregaba alto y claro para que fuera escuchado por todos los presentes: “¡Aquí beben toda clase de ‘singaos’!”. Luego, miraba significativamente al pobre Asdrúbal, que no estaba para tener problemas con el hijo de un comandante histórico de la Sierra Maestra.
Becky de veras que tenía muy buenas amistades y admiradores. Con la excepción de unos pocos, era un grupo de jóvenes con padres muy bien situados en los primeros planos del poder. Todos soñaban con ser los salvadores de Becky o que un Papá muy ocupado, hiciera un aparte en la construcción del socialismo y la salvara.
Desde su arresto, Becky permaneció en el centro de detención del Departamento Técnico de Investigaciones de la policía (DTI). No la pasó del todo mal. Al instructor policial, lo primero que le pasó por la mente fue sobreseer el caso y pasarla a su carpeta de agentes. Pero el perfil psicológico no encajaba con lo que razonablemente se espera de un agente. Sería un fracaso. Decidió darle largas al caso. A fin de cuentas, era un asunto de Seguridad del Estado. Aunque con un poco de suerte, él se quedaría con ella. Sólo era cuestión de tiempo.
Por lo pronto, el primer teniente Álvaro de la Fuente ya tenía reconstruido su caso. Becky recibió como regalo una cotorra. La cotorra le fue obsequiada por el hijo de una figura histórica de la revolución. El egregio padre, estaba a cargo de las cuestiones de fauna y flora. Su niño tomó una cotorra y se la regaló a Becky de quien estaba, o quizás aun está, enamorado. Becky vendió la cotorra a un extranjero. Este era nada más y nada menos que un islamista. Un musulmán con padre millonario que estudiaba en Cuba, mientras vivía como un potentado. El muchachito pagó 100 dólares estadounidenses por una cotorra, que mantenía en jaula suntuosa en su residencia con criados de Miramar. Afortunadamente, Becky sólo contaba con dos dólares cincuenta y cinco centavos al momento en ser arrestada. Menos de cinco dólares.
No sería nada extraordinario exonerarla. Sólo tendría que esperar un poco. Por supuesto, no reflejaría en el sumario la historia del árabe, ni los cien dólares. Tampoco la cotorra. La Joven “de buena y revolucionaria familia, encontró por azar tres dólares estadounidenses, que no devolvió a tiempo”. Eso sería todo.
En Cuba, ser policía es ser como Dios y a todos nos seduce esta posibilidad. Con el mayor respeto y sin ánimo de sugerir algo contra Dios, es necesario dejar claro que no hay nada más parecido a un delincuente que un policía. Esto se cumple religiosamente así, desde el jefe hasta el último y anónimo policía oriental y por supuesto revolucionario. Mientras Asdrúbal era acosado y execrado por una banda de enojados adolescentes, Álvaro pulía su rol de héroe indiscutido ante Becky y ante su familia. No tendría que dar cuentas a abogado o fiscal alguno. Era dueño a discreción de su caso y de las personas involucradas. ¿Se puede pedir más?
Por lo pronto, la invitaba a almorzar y lo hacía de completo e impecable uniforme. Ella vestía como los detenidos, pero aun así, era servida y tratada con todas las deferencias por el personal del comedor.
Creó la dependencia y Becky comenzó a verlo como su Salvador, así con mayúsculas. Cuando llegó el momento de liberarla, primero citó a su madre para una entrevista. Procuró impresionarla favorablemente y lo logró. Le pidió que trajera una muda de ropa para Becky. Hecho esto, la mando de vuelta a su casa y le pidió que esperara…
Más linda que nunca, Becky regresó a casa en la compañía de Álvaro. Él se encargó de explicar al Comité de Defensa que todo fue una penosa confusión. Ella era una jovencita revolucionaria. La visitó una temporada. Estaba “dándole atención”. Al cabo de un tiempo prudencial, un día se casaron.
A la boda asistieron los vecinos y los compañeros del novio. La gente quedó encantada de lo buenos que son los policías y la suerte tan grande que tuvo Becky de casarse con un hombre tan bueno y por supuesto, tan revolucionario.
Lo último que he sabido de ellos es que les va bien. El tiene un negocio de detectives y cosas de esa índole. Pertenece a una asociación de ex militares pro democracia. Viven en Miami, en Dade para más precisión y lograron con mucho sacrificio traer a la madre de Becky. Hoy son padres de dos niños preciosos, el mayor se llama Álvaro como el padre, la hembrita Becky, como su mamá.
Álvaro está a favor del embargo. Repite siempre que él si conoce bien a “esa gente”. También que su fortuna comenzó con un capital de dos dólares, cincuenta y cinco centavos. Se ríe y nunca aclara porque. Nadie le hace preguntas sobre ese tema.
Lawton, 2007-07-2
PARQUE MANILA (poesía) Rogelio Fabio Hurtado
A Juan Miguel Espino, amigo
La caída de la tarde tantas veces Desde ese cuarto de Manila vimos Apacentarse sobre la arboleda -Dorando el suave sol con su tardanza Las viejas azoteas del Cerro, grises-. Conversando la noche nos rodeaba colando y recolando la borra y la amargura Por el tamiz de tu amistad segura.
Contigo ya nos vamos todos juntos del cuarto que encontrábamos dispuesto: Lana con que abrigar nuestra carencia, Taller donde coser nuestra esperanza, Posada breve, iglesia de emergencia Para estos peregrinos de intemperie Que fuimos siempre menos tus amigos.
Qué azorado estará el noble taburete -Desfondado y cordial mejor que un trono-Y qué extraña la mesa sin tus plumas, Qué cesantes las puertas y ventanas, Qué huérfano el zapato jorobado Que se olvidó debajo de la cama.
Mi voz ya no penetra ese cristal.
El pasado ha pasado de repente Como
una estatua que se descabeza, Y ahora
nos vamos, gente entre la gente, Borrándonos de pie bajo el umbral. No
hay trago que humedezca esta tristeza. Ya
el aeroplano cabe en una lágrima.
21-6-82
EL POETA ENTRE DOS TIGRES
Alina sin rimar Ella siempre la comprende (cuento) Luís Cino
Llegue a casa de Alina una noche que soplaba fuerte el viento de Cuaresma. Me llevó Archie, un amigo que me habló de sus poemas. Me dijo que me gustaría conocerla. No tuvo que insistirme mucho. Siempre me gustó conocer poetas. Más aún si son mujeres.
Además, esa noche hubiera ido a cualquier parte. Al fondo de un crematorio nazi. Al mismísimo carajo. Mi matrimonio se caía a pedazos. Mi casa se había convertido en un infierno de reproches, discusiones, telarañas y pañales cagados.
Cuando Alina abrió la puerta, olía a papas fritas. Los Bee Gees cantaban en el tocadiscos. Lamentaban que se hubiera ido la luz en Massachussets. En La Víbora, ya había venido. Cosa rara. La luz vino temprano. Hablaba Fidel en televisión. Eso explicaba la brevedad del apagón. Por sobre la voz de Barry Gibbs anunciando que pensaba volver a San Francisco, llegaban palabras sueltas del Comandante. O creía oírlas, que siempre eran las mismas: victoria, imperialismo, mártires, muerte…
Alina estaba cocinando. Sus hijos la apuraban con la comida porque se iban para la calle. Los dos rubios, flacos, adolescentes. La hembra a verse con su novio freakie en El Vedado. El varón (es un decir, se veía más femenino que su madre y su hermana juntas) nunca decía donde. Nadie le preguntaba tampoco.
La mujer me dio la mano y me miró como si me conociera de algún lugar y no consiguiera recordar de donde. Nos puso en las manos sendos vasos con el peor alcohol de la comarca y nos dijo que nos acomodáramos, que enseguida terminaba en la cocina.
No había mucho donde acomodarse. Era una habitación con barbacoa de madera. Los únicos muebles eran una mesa con cuatro sillas y dos improvisados estantes hechos de tablones sin pintar, atiborrados de libros. Sobre ellos, descansaba un tocadiscos ruso. En una esquina, sobre el suelo, una enorme estera vietnamita hacía las veces de sofá-cama de bambú.
Alina acabó en la cocina justo cuando terminó el disco de los Bee Gees. Sirvió a los muchachos y puso el álbum Help de los Beatles. Se sentó en una esquina de la estera, se sirvió un vaso de alcohol y anunció que estaba lista para atendernos.
Para entonces, se habían sumado al grupo dos personas más. Una mulata joven, pasada de libras que entró sin tocar ni saludar, con cara de pocos amigos. Y un tipo flaco y velludo, rapado, con barba canosa y cara de maricón críptico. Alina lo presentó como un amigo de su pueblo, también poeta, que estaba de paso por La Habana.
Alina era de Jovellanos. Se fue del pueblo para Matanzas con el que sería el padre de sus hijos. Tenía 16 años y estaba embarazada. La hembra fue la primera. El varón nació en La Habana, dos meses después del divorcio.
Llegó a La Habana cargada de sueños, con dos niños, sin marido, y con sus libros empacados en cajas de cartón. Fue a dar a una cuartería en la Calzada de 10 de Octubre. Se puso a vivir con un tipo que bebía ron como si fuera agua y escribía novelas “para publicar afuera” que nunca terminaba. Estuvieron juntos más de siete años y la ayudó a criar los niños. Cuando la relación empezaba a agriarse, el hombre se largó por Mariel y Alina se quedó con el cuarto.
En 1980, cuando su marido se fue, Alina llevaba casi un año en una micro brigada. Trabajaba doce horas diarias y dos domingos al mes. Sus manos se encallecieron, su piel se oscureció y su cabello perdió el brillo. No le importaba. Estaba decidida a hacer lo que fuera preciso con tal de ganarse un apartamento de dos o tres habitaciones y salir del cuarto en el solar.
De todo eso, me fui enterando sobre la marcha. Poco a poco. Tras un rato de conversación, apagó el tocadiscos, sacó dos libretas de poemas y empezó a leer.
La rabia y la ternura se equilibraban como podían en sus versos. También escribía literatura infantil, le habían publicado un libro en la editorial Gente Nueva, pero ella prefería escribir poemas. Aunque no se los publicaran.
Había pedido, sin muchas esperanzas, ayuda a sus amigas escritoras. Sabía que podía contar con ellas. No le fallaron. Hicieron lo que pudieron. Cada una a su manera. Como Frank Sinatra.
Carilda Oliver, en su casona matancera de la calzada de Terry, esquivaba los sablazos de su marido de turno, aún no recuperada del susto que le dieron aquellos muchachos tan revolucionarios, apuestos y combativos. Le recomendó escribir un poemario dedicado al Comandante.
Reina María Rodríguez la invitó a almorzar arroz con pescado y le dijo que todos los jueves por la noche, su azotea estaba abierta para ella (en su zona no quitaban la luz).
María Elena Cruz Varela la invitó a unirse a un grupo disidente y le recomendó que tuviera cuidado al salir porque vigilaban la casa (en Alamar hay muchos chivatos, le advirtió).
Excilia Saldaña la ayudó a publicar un libro de cuentos para niños en la editorial Gente Nueva, además de exhortarla a que se templara un mulato (nada mejor para sacar a una poetisa de la depresión).
Alicia siguió los consejos, excepto el del poemario con dedicatoria al Máximo. Asistía a las tertulias en la azotea de Reina María, se hizo disidente sin pregonarlo mucho y se templó, no a uno, sino a varios mulatos.
Además, vagaba desolada por peñas, talleres literarios y casas de la cultura. Aspirantes a comisarios culturales municipales la consideraban irritante, inadecuada e inconveniente. Evitando mirarle la cara, le hacían severos señalamientos formales e ideológicos a su poesía.
Nos contó sus cuitas entre poemas. Entre uno y el próximo, se metía un trago largo. A veces explicaba sus versos y otras contaba pedazos de su vida. O me preguntaba de la mía. Cuando le dije que me habían botado de la universidad, que llevaba casi 10 años en la construcción y que sólo allí me daban trabajo, me alargó la botella y me dijo:
-Así que tu también eres un náufrago. Un machucado. Claro, por eso viniste a parar a esta casa. Aquí solo vienen náufragos y escachados. Todos lo somos. No cojas lucha. Uno lo que no puede ahogarse, Ernesto…
-No, yo me llamo Luis…
-Como te llames, no cojas lucha, el lío de naufragar es no ahogarse. Hay que buscar el lado positivo de las cosas. Dicen que no hay mal que por bien no venga. Trabajar en la construcción tiene sus cosas buenas. Mira, yo aprendí a azulejar baños y cocinas. A veces hago trabajitos que no sean muy grandes y me gano los pesos. La vida está dura y mis hijos no pueden pasar hambre. Y a ti la construcción te asienta, Ernesto… Estás flaco, pero fuerte como un mulo y mira que color tan lindo has cogido –dijo y me acarició el brazo.
-Luis, no Ernesto…
-Ay, es que te pareces tanto a Ernesto, un amigo mío que se fue. Idéntico, cagadito a ti. No jodas, que mas da. ¿Te molesta que te llame Ernesto? Quiero que esta noche seas Ernesto- dijo acercándose más a mí. Apoyó el brazo en mi muslo y empezó a leer otro poema mientras la pinga se me empezaba a poner dura.
La mujer era un poco mayor que yo. Yo tenía 28 años y ella, poco más de 35 años. Se veía maltratada y poco femenina, pero atraía. Era su voz, la mirada, el modo de fumar… ¿Quién dijo que las mujeres inteligentes necesitan ser bellas además?
Mi amigo Archie había ido a buscar otra botella. La mulata, medio dormida, cabeceaba en la mesa. El calvo barbudo, con cara de maricón serio, registraba en el librero. En el tocadiscos sonaban Las Estaciones de Vivaldi.
-¿Te gusta Vivaldi?-me preguntó Alina, ya con la cabeza en mi hombro.
-Sí, mucho…
-Te pregunté porque tienes facha de rockero…
-Y Bach y Mozart también…
-¿Y yo, chico, no te gusto yo?- y me metió la lengua en la boca hasta la laringe.
Cuando volvió Archie con la botella, nos encontró revolcados en la estera. Llenó un vaso plástico hasta el tope y se largó. Lo acompañó el de la barba, que dijo iba a buscar cigarros. La mulata gorda dormía en la mesa.
-Vamos para la barbacoa- le dije a Alina cuando me empezó a bajar el zipper del pantalón.
-No te apures, Ernesto, hay tiempo…
-Te dije que yo me llamo Luis, cojones…
-Ay, viejo, que importa, relájate, anda –y me la empezó a mamar con fruición.
No pude venirme. El amigo de Matanzas con cara de misterio había vuelto con los cigarros. Desde la puerta llamaba a Alina:
-Ali, tengo sueño, voy para la barbacoa…¿se puede?
-No, espérate- dijo Alina y se levantó y salió al pasillo con una ligereza insospechada si se tenía en cuenta todo el alcohol que había bebido. La mulata gorda, ligera como una bailarina y desperezada como para dirigir la orquesta sinfónica de Boston, salió tras ella.
Desde el pasillo, por encima de la música del disco de Bob Marley que puse después de Vivaldi, y del discurso de Fidel que seguía todavía en el televisor del cuarto vecino, llegaban a mí las voces.
-Coño, pero tú no me puedes hacer esto…¿donde voy a ir? A esta hora ya no hay guaguas…
…I gotta love you, every day and every night…
…a los imperialistas. Patria o muerte, venceremos…
-Oye, yo no sé, a casa de tu hermano…Aquí no te puedes quedar. Son las 11 y pico. Si te apuras coges la 31.
…if it is love, if it is love what I am feeling…
-Eso es tremenda mierda tuya. Total, por un tipo que acabas de conocer. Coño, que caliente te has vuelto…Ná, pero tú me la pagas…
…I am putting all my cards on the table…
- Oye, repinga, ya Alina te dijo que te fueras. Dale, dale, andando- intervino la mulata.
-
…I gotta love you….
- Coño, que liberada tu te has vuelto… ¿Ya compartes tu compromiso? ¿O van a hacer un cuadro de tortilla con el come mierda ese?
- Tortillera es la resingá de tu madre, tu, maricón. Vete pa la pinga, dale, antes que te caiga arriba, dale…
Cuando Alina volvió a entrar, estaba sola. La mulata salió tras el tipo a la calle, gritándole improperios y no regresó.
- Oye, disculpa esto…Los amigos a veces abusan. Coño, que no se dan cuenta de las cosas…
-Ya, olvídate de eso, volvemos a donde nos quedamos- dije y la abracé- Vamos para arriba…
-¿Dónde nos quedamos? Te estaba diciendo que no te apures, hay tiempo, Ernesto…
-Cojones, que yo soy Luis…
-Tu ves, ahí mismo nos quedamos…Métete otro trago… ¿Tú eres tan apurado para todo? ¿No tienes calor? ¿Por qué no te quitas la camisa?
-Anda, vamos para arriba- dije quitándome la camisa - antes que lleguen tus hijos…
-No hay apuro, la niña se queda a dormir en casa del novio y Joan si viene a dormir, llega de madrugada…Oye, Ernesto, ¿sabes una cosa? Menos mal que tu no tienes muchos pelos en la espalda. La tienes prieta y rica, como tu pinga- dijo mordiéndome- Velludo y con esa barba, pensé que tenías la espalda peluda. No me gustan los tipos con mucho pelo. En eso no te pareces a Ernesto…vamos a ver si en la cama tampoco te pareces…
Cuando subimos a la barbacoa, ya me decía Luis, pero se me cayó la pinga. No sé si por la borrachera o por el trabajo que pasé para convencerla de templar sin preservativo. Desnuda, ya no me gustaba tanto.
Me dijo que no me preocupara, que ella me la volvía a parar. Y me la volvió a parar con lengua experta, mientras tirado en la cama, el cuarto me daba vueltas y trataba de contar las manchas de humedad en el techo. Pero entonces no quería que se la metiera. Decía que estaba borracha, que le había bajado la regla, que le iba a doler…Que sé yo cuantas cosas decía…
-Todos ustedes son muy toscos, no saben tratar a las mujeres-protestó cuando al fin se la metí. Al rato, se empezó a menear, pero sin mucho entusiasmo. Su mano se deslizó por mi espalda hasta posarse en mis nalgas.
-Dime, ¿que quieres que te haga?-preguntó.
-Que no me toques el culo. Menéate y vamos a venirnos…
El vómito de Alina me salpicó el pecho. Saltó de la cama y gritó:
-¿Pero quien coño tú crees que soy?...Yo lo sabía, cojones. Todos son iguales. Dale, arranca, vete pa la pinga…
-Ali, ¿Qué coño te pasa?
-Lo que me pasa, cojones, es que a mí no se me puede tratar así…
-Ali, disculpa, es que estamos borrachos…
-Vete, me das asco, a mí no me gustan los hombres…
-Ah, pero tu no me vas a dejar así, caliente y con dolor de huevos…
-¡Vete¡-gritó y agarró la botella.
-Eh, ¿pero que coño pasa aquí?- dijo la mulata gorda, entrando como una tromba por la puerta.
Poniéndome el pantalón, yo bajaba la escalera de la barbacoa. En el último escalón, la gorda me atizó el primer palazo. El segundo y el tercero me los dieron por la espalda (supongo sería Alina). El quinto golpe, en la cabeza, me desmayó. También presumo que fue Alina. No necesariamente tuvo que ser con algo muy contundente. El alcohol y el hambre no me dejaban seguir en pie.
Lo último que recuerdo antes de caerme es que un adolescente gritaba con voz afeminada:
-Ay, mami, ¿qué te hizo este tipo?
Cuando me desperté, ya se habían ido los policías. Alina y la mulata los convencieron que había sido un pequeño altercado doméstico agravado por la borrachera. Los guardias les advirtieron que la próxima vez, cargaban con todos para la unidad.
Casi amanecía. Estaba acostado en la estera de bambú. La gorda y el muchacho fueron a dormir a la barbacoa tan pronto me vieron abrir los ojos. Todavía estaba mareado. Me dolía todo el cuerpo. La boca me sabía a sangre y a mierda. Alina me apretó la mano y sonrió maternal.
-¿Quieres un trago para que niveles o te preparo algo de comer?
-No, deja, no te preocupes, me voy, que no puedo faltar al trabajo…Donde está mi camisa?
-¿Cómo te vas a ir así?
-¿Y que voy a hacer? ¿Quedarme a vivir aquí?
Alina estaba recién bañada y se había cambiado de ropa.
-Oye, perdóname, no quiero que esto se quede así. Me pasa a veces. Es que me recordaste mucho a Ernesto. No sé que coño me pasó…Es que él me gustaba mucho. Nunca me he vuelto a sentir con nadie como con él.
-No te preocupes…
-Con él, todo acabó mal. En una bronca, le piqué la cara con una botella. Es que me gustaba demasiado. Pero ya estaba empatada con la Cusa. Hay cosas que los hombres no te pueden dar ni aunque quieran. Ernesto no quiso entender lo de nosotras, pero se portó bien. No hizo la denuncia. Se fue por el Mariel. Nunca he vuelto a saber de él. Tú me lo recuerdas tanto…
Me levanté, fui hasta el baño, meé y descolgué de un perchero la camisa. Estaba mojada. Alina la había lavado. Sentir la tela húmeda en la espalda, me reanimó. Encendí un cigarro y me sentí mejor.
-Puedes volver por aquí cuando quieras, pero no me presiones para volvernos a acostar. Me gustas, pero me da roña que un hombre me guste. No quiero enamorarme de ningún tipo, no le puedo hacer esa mariconada a la Cusa…
-Me voy, que se me hizo tarde…
-Sabes, lo que más me gusta de ti es que te haces el duro y eres tan frágil… Es como si todo el tiempo cantaras “Help, I need somebody”. Vete, que me dan ganas de protegerte y nos vamos a complicar.
Nos besamos y me fui. Tampoco yo quería complicaciones. Nunca volví a casa de Alina. Se fue con la Cusa, Archie, el hijo y el maricón serio, en una balsa, en el verano del 94.
Archie me escribió hace poco de Miami. Visita a Alina a menudo. Se emborrachan y leen poemas. Le pregunta por mí. Dice que se acuerda de mí siempre que oye a los Beatles… Yeah, yeah. Sólo que a veces trueca nombres, caras y cuerpos y me confunde con Ernesto. La Cusa no se pone brava. Ella siempre la comprende.
Arroyo Naranjo, 2007-06-08
miércoles, 16 de julio de 2008
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